
Siempre
Karolin Vela
DOS PIEDRAS
Era tan bonita, tan bonita
que la madre pensó en casarla con el rey. La joven permaneció callada. La madre
asumió que el silencio equivalía a una afirmación.
Pronto se dio a la tarea de
averiguar días y horas de las salidas a cazar de su majestad. Un primo lejano,
chambelán de la corte, fue quien le indicó el día propicio para encontrar
“accidentalmente” al monarca.
Un lunes de madrugada mandó
a la hija al bosque y le dijo: Te atraviesas en el camino y finges una caída…haz
contacto visual y lo tendrás a tus pies. La muchacha bajó la mirada y la madre
le pareció ver una mueca de disgusto, mas pensó que la imaginó, porque ¿quién
podría no querer ser la esposa del rey viudo?
¿Lista?, debes irte ya. Y
ella se marchó.
En el bosque vio al rey y al
príncipe acompañados por un séquito de guardias; perseguían a un zorro que huía culebreando. Los ojos del animal toparon con
los de la joven. A través de uno de los huecos de los arbustos, el zorro alcanzó
a mirarla con miedo, con súplica, ¡ayúdame!, le dijo con los ojos dilatados. La
joven sintió lástima. Era uno ser pequeñito contra una partida de hombres y
perros. Débil e inerme ante el enemigo, tengo que ayudarlo y se mordió los
labios. Se preguntó cómo lo haría y con torpeza inspeccionó a su alrededor,
tratando de encontrar algún objeto que ayudara al animal. Los rayos del sol
iluminaron dos piedras triangulares. Comprendió lo que debía hacer. Miró al
cielo, tomó las piedras y las aventó hacia las cabezas reales. El lanzamiento fue
exitoso. El zorro huyó y ella cabalgó hasta la frontera del Oeste, donde encontró
su lugar: el monasterio de los Sabios de la Orden Blanca. Ahí vivió, y vivirá,
colmada de sabiduría e inmortalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario