Y NO DIGO MÁS.
Karolin Vela
LA EDAD DE LA DEMOSTRACIÓN
Previa a la celebración matrimonial con todos los representantes de las familias nobles, tendría lugar una ceremonia privada con los novios y los padres de la novia.
La novia era una
princesa llamada Brisia, quien, desde niña, fue prevenida de aquella
celebración. Constantemente sus padres le recordaban que llegaría el tiempo de
la verdad.
Por largos años no se lo tomó en serio, continuó con sus juegos, con sus bordados, con sus institutrices y escuchando y escribiendo las historias que su nodriza le contaba al anochecer. Pero una tarde, la rutina cambió; sus padres entraron a la alcoba y le comunicaron que iban a casarla.
Por largos años no se lo tomó en serio, continuó con sus juegos, con sus bordados, con sus institutrices y escuchando y escribiendo las historias que su nodriza le contaba al anochecer. Pero una tarde, la rutina cambió; sus padres entraron a la alcoba y le comunicaron que iban a casarla.
-La nodriza nos dijo
que hace una semana te llegó la demostración. Sabrás que te comprometimos desde
que naciste-, dijo la madre.
La princesa bajó la
mirada en señal de obediencia.
-¿Con quién?
- Con el joven rey de
Bernia. Es uno de los reinos más poderosos y ricos. La alianza es muy deseable.
¿Estás de acuerdos que ha llegado la hora de cumplir con tu deber de princesa?-,
dijo el padre.
-Sí. ¿Cuándo será?
-En un mes la ceremonia
oficial, pero la otra, la más importante y de la que te hemos alertado desde
hace mucho, es pasado mañana en el salón del trono; sé puntual-, sentenció la
madre.
Las horas
transcurrieron y el día llegó. La princesa caminó hacia el altar donde la
esperaban sus padres y su prometido. Ninguno sonreía; tenían un rictus de
solemnidad. Una inquietud empezó a invadirla, sus manos se tornaron frías y
comenzaron a sudarle; ya no sintió ninguna ansiedad de saber ninguna verdad.
Miró al piso para tomar valor, pero se asustó más porque vio que estaba parada
sobre una alfombra que tenía bordada una imagen monstruosa…
El reloj lunar apuntó
la media noche.
-Ya es hora- dijo el
joven rey. Y los padres llevaron los anillos.
-¿Te ofrendas a mí?-
dijo el prometido. La princesa movió la cabeza en forma negativa.
-¿Te niegas?- increpó; Brisia
no contestó, intentó correr pero el brazo del rey la atrapó y la apretó de la
cintura. Contempló a sus padres para buscar auxilio pero ellos le devolvieron
una mirada dura.
-Para esto naciste-,
regañó entre dientes la madre.
Y Brisia volvió a la
actitud sumisa. Dejó de resistirse y escudriñó el rostro del prometido. Tenía
los ojos grises, las facciones, afiladas y fuertes, y su cuerpo, bajo aquella
túnica púrpura, se adivinaba vigoroso. Tenía suerte, al menos no le habían
elegido un rey anciano y decadente, de piel arrugada y dientes podridos. Sí,
tenía suerte, al menos la noche de la consumación no sería tan traumática. Su
futuro esposo era apuesto, de hecho, a primera vista, le gustaba demasiado.
Podía besarlo con gusto. ¿Por qué tuvo miedo?, se preguntó.
La princesa rodeó el
cuello del rey y le ofreció sus labios. Cuando sus lenguas se tocaron, ella
sintió que la piel del joven se tornaba dura y fría; abrió los ojos y los de él
habían cambiado al color amarillo. Intentó zafarse del abrazo pero la fuerza
del otro era descomunal. Una lengua bífida la apresaba; una piel escamosa se
frotaba con su cuerpo. Abría y cerraba los ojos incrédula de la realidad:
besaba al mismo reptil de la imagen en la que estaba parada.
-¿¡Qué es esto!?-,
gritó horrorizada a sus padres. Pero al voltear, un terror más profundo se apoderó
de su ser, al ver que el padre era igual que el prometido. Volvió a gritar
hasta que el novio reptil le tapó la boca. Entonces la hermosa madre se acercó
a ella, le acarició el rostro y le dijo:
-Hija mía, he aquí tu
origen.
©Eco de Hadas
Todos los textos y traducciones son propiedad de la autora
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