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sábado, 7 de marzo de 2015

Eterno verano: ¿Días?, ¿existen realmente? Pienso que nada más son un uso práctico en este mundo de todos los tiempos. Como si necesitáramos ampararnos de algo, como una suerte de protección que justifique nuestro vivir en un espacio exacto, o de lo contrario no nos quedaría nada[...]

http://en.wikipedia.org/wiki/Howard_David_Johnson
Aquí va el segundo cuento; no hubiera querido que transcurriera tanto tiempo desde el primero,pero las circunstancias me rebasaron. Planeo publicar un texto al mes. Por lo tanto, estoy en deuda con febrero y espero en próximas semanas, ponerme al corriente. A continuación, el siguiente cuento es al que más cariño le guardo,pues habla de una figura querida: mi padre. Quise embellecer con la ficción, la distancia que hubo entre nosotros y su partida repentina de esta realidad.
                           Karolin Vela                                    
                                         
Eterno verano
                                                                  A Jorge Armando      

Es la madrugada del viernes y no iré a la universidad. Me he desvelado desde ayer por escribir unos ensayos finales.  Estoy agotada, sin poder dormir, con recuerdos deambulando en la cabeza. Supongo que a mucho les ha pasado igual, estar muerto de cansancio pero hay demasiado ruido en la mente, que el sueño se esfuma y huye despavorido. Y ahí estas, sin la posibilidad de disfrutar  un sueño reparador en las próximas horas, pues la estúpida mente labora en pensamientos de a mil por segundo. Innumerables ocasiones resulta tan caótica, por esa razón busqué y encontré la solución para quitármela de encima y callar de una buena vez al mono saltador que resulta ser la mentecita. Mi bendito medio es concentrarme en un recuerdo, el más representativo; luego me fijo en cada detalle, primero en los grandes, luego en los pequeños, cuento cada uno, después vuelvo a recordarlos en el orden establecido. Imperceptiblemente me duermo antes de acabar mi  propósito. Sin embargo en el transcurso del recuerdo me llegan otros que parecen no tener  ninguna relación, mas es asombroso descubrir como todo encaja con el primero. Aunque si alguien se pregunta el porqué no practico mi propio método para dormir en este instante, es por que en efecto, mi solución ha fracasado, el método es falible, así que no respondo a las quejas de quienes lo practiquen y no les resulte. Las soluciones (por muy benditas que sean) al paso de los meses o días (que sé yo) terminan por ser esfuerzos inútiles, llegan al punto en que se vuelven inservibles como ahora. En fin, si no puedo dormirme tratando de concentrarme en un recuerdo, al menos puedo reírme de alguno.  El más divertido fue el de mi fiesta de hace cuatro años. Para empezar yo no quería fiesta. Todos hemos escuchado de milagros que se cumplen si ruegas, suplicas y pides con toda la fe a un santo. Yo le rogué de igual manera a mi madre y abuela de que no deseaba nada especial, les imploré: <<Por favor sólo algo muy privado sin bailes ridículos y vestidos de crinolina incómodos>>. Hace mucho tiempo debí haber entendido que las plegarias a veces funcionan con los santos; con ellas definitivamente no. Sin importarles mis ruegos, y como grandes dictadores cerraron la discusión sin posibilidad de alegar: <<Eres la única hija y vale la pena una linda fiesta>>. Así que fui una de tantas que bailan vals con muchachos tontos vestidos de cadetes. Las dos debieron hacerme caso, al menos cuando dije que no quería baile. Hubieran evitado mi caída, cuando envuelta en en asfixiantes tules rosas, unos jóvenes idiotas me cargaron al paso de uno, dos, vuelta, uno, dos, vuelta, y de allí vino el error, en esa última vuelta; el muchacho  más idiota de los cuatro tropezó y los demás cayeron en caravana, por supuesto, conmigo incluida; mi aterrizaje al suelo fue igual a la de un pastel que cae y despanzurra el pan-chantilli, con el vestido levantado y mis flacas piernas derramadas como betún. Me dolieron terrible mis nalgas pero tuve que sonreír, <<aquí no ha pasado nada>>, pararme y terminar el malogrado baile. Al final los invitados se acercaron a consolarme y decirme que lo hice espectacular… hipócritas (por no decir otra palabra), si ya me han contado que muchos aún disfrutan reír al recordar mi caída. Bueno, ese era su deber como invitados, halagar a la festejada en pago de la comida y música en vivo gratis. Pensar que mamá y la abuela se esmeraron tanto en la fiesta, de hecho ya estaban agotadas desde antes que iniciara, pero sonrieron toda la noche frescas como sandías. Para ellas aquel día empezó a las seis de la mañana. Estaban vueltas locas en organizar el evento, llevaban cosas aquí y allá, varias diligencias de las cuales nunca supe ni me interesó saber. Por mi parte me levanté a las ocho de la mañana, leí un libro, comí, volví a dormir, después a leer hasta la hora del peinado y maquillaje. Puedo evocar cada detalle de ese pasado, siento añorarlo como lo que fue y no regresará conmigo. La noche y el viento fresco alimentan este sentimiento, mientras el calor del computador prendido me devuelve al presente y me recuerda la derrota de ajedrez on line de  hace dos horas. Me pregunto si alguna vez ganaré a la primera en el nivel más alto, si haré jaque mate en cuatro o cinco movidas, o aún más, si seré ajedrecista de talla mundial… bull shit, ¡qué palabra! normalmente no la digo ni en inglés, pero es verdad. Es que siento que son metas y son ilusorias, incluso percibo que siempre estoy en la meta y nunca me doy cuenta por culpa de  hacer las cosas de cada día como un zombi, sin pasión, sin totalidad, sin plena conciencia; por ejemplo la conciencia de sentir el viento entrar por la ventana de mi cuarto, estar despierta a este ahora que me revuelve el cabello; abrir la boca, absorber el oxígeno e identificar un sabor a plátano y madera. Incluso, puede ser que ¿estar escribiendo en este instante me haga perder un momento precioso con el viento?, entonce ¿no escribo, pues me perderé de muchos instantes? Sí y no. Escribir ha rescatado infinidad de momentos que creí sin importancia y fueron todo lo contrario al invocarlos. Escribir me hace extrañar lo que fue pero no de una manera triste, sino feliz y relajada; me siento ligera al soñar, ligera al extrañar, como si caminara entre hojas marchitas que arrullan mi vuelo. Aunque  las hojas en realidad son manos. Hace años soñé pisar precisamente hojas; disfrutaba sentirlas crujir bajo mis zapatos, después aparecía un hombre  de cabello color durazno, ojos claros; alto, alto, manos delgadas y pestañas amontonadas. El hombre se diluía, sus manos se volvían hojas  que me sonreían al caminar.
Cuando desperté tuve un sentimiento igual al de este momento. Extrañé aquel sueño como el día de mi cumpleaños; me sentí contenta. Empiezo a sentir ganas de dormir, pero no las suficientes para dejar de recordar y escribir fragmentos de emociones como la de hace días, cuando me dieron ganas de casarme. La culpa la tuvo una revista de novias; al hojearlas y contemplar los vestidos, los velos y los ramos de flores, no pude evitar las ansias de que llegara el día de portarlos. Le comenté a mi abuela este deseo y ella rió.
-¿Imaginaste al esposo?
-No.
-Por supuesto, porque no importa. El esposo debe esfumarse después de la noche de bodas- Me dijo guiñándome el ojo. -La mujer debería tener la oportunidad de experimentar otras bodas, lucir los vestidos que desee hasta que se canse de ser la novia.
Reí por la ocurrencia. Ella siempre tiene ese tipo de comentarios.
-¡Ay hija! si no me hubiera casado con tu abuelo a lo mejor tu madre y tú hubieran sido más bonitas y excelentes bailarinas; tuve un novio tan guapo como John Clift ¡cómo me rogó ese muchacho para que me casara con él!,  era un bailarín brillante, en cambio tu abuelo era pésimo.
-¿Por qué lo rechazaste?
-Por boba, me apasioné. De joven, el abuelo era muy varonil, con rasgos duros, nariz aguileña, me pareció fuerte y el John Clift demasiado delicado. ¿Te das cuenta de mi mala elección? Al escoger al macho sensual  ustedes heredaron sus rasgos duros, y esta naricita que no luce bien en una mujer- Me dijo tocándome la nariz cariñosamente. -Si tu abuelo hubiera sido el otro, tu madre habría sido más preciosa y tú, un poquito más linda. Sin ofenderte mi niña, sabes que te lleva mucha ventaja en hermosura. Elige bien al esposo, de preferencia del tipo de John Clift, así, evitarás de un mal deseo.
-¿Cuál?
-Rogar que los hijos no se parezcan al horrible padre.
Estos comentarios no significan desamor de la abuela por su marido, al contrario, desde que murió todos los días habla mal de él. Para ella es una buena forma de espantar a esa sombra dolorosa que le recuerda la ausencia  del abuelo. La he pillado llorar más de diez veces frente a su retrato. Respecto al comentario de la belleza, estoy de acuerdo, mi abuelo no era el hombre bonito ni delicado sino un semillero de feromonas. Mamá y yo heredamos lo menos geométrico de él, la nariz alargada y chata de las puntas. Sin embargo mamá tiene unos hermosos ojos marrones y cabellos oscuros; a diferencia de ella, a mí nada me compensa. La abuela posee toda la razón, hasta fue gentil al decirme  << poquito linda>>.  De ningún modo me interesa ser algo guapa. Pura vanidad, estoy a salvo de ella, o tal vez no y escribir mi desinterés de ser bella sea una manera de aliviar mi enojo contra los genes del abuelo que tuve la fortuna o desfortuna de heredar. Además si estamos en la oscuridad todas podemos ser Audrey Hepburn, Marilyn Monroe o Grace Kelly... a oscuras cualquier persona puede imaginarse fácilmente quien le digamos ser. Otra vez ha entrado el aire por la ventana, me gusta, es agradable, abro la boca y puedo sentirlo moverse en mi cuerpo. Ya no jugaré partidas de ajedrez en el resto de la semana, me ha vencido la máquina en los próximos días. ¿Días?,¿existen realmente? Pienso que nada más son un uso práctico en este mundo de todos los tiempos. Como si necesitáramos ampararnos de algo, como una suerte de protección que justifique nuestro vivir en un espacio exacto, o de lo contrario no nos quedaría nada. Casi nadie se queda en la nada, sólo los valientes; yo soy muy joven y prefiero sentir que todos los días son uno, sin diferencia entre ayer o este momento. Un hoy eterno con forma de una gran masa que extiende y aglutina los fragmentos de vida. Lunes, martes, miércoles, la una de la mañana, las tres de la tarde… ninguna diferencia. La diferencia es posible gracias a la gran capacidad de tejer cada día, cada año con una hora determinada ¿Pero qué cosas digo? Para mí, los recuerdos son Lázaros: si los menciono, resucitan. Escucho un ruido, viene precisamente del kiosco, ¿quién es? Ya, ya veo, es mamá. De nuevo está ahí, (como tantas otras veces) sentada, inmóvil, mirando los árboles, con los labios rígidos. No la molesto con preguntas, si lo hago, le daría  el derecho de hacer lo mismo conmigo cuando voy al kiosco en las tardes y permanezco horas. Además se merece abstraerse del mundo cuando le dé su gana; trabaja mucho para mantener este caserón. Mi casa tiene ciento veinte años de antigüedad, mis tatarabuelos vivieron aquí y su fortuna duró hasta la adolescencia de la abuela. Les agradezco que hayan construido ese kiosco; es lo más interesante de la construcción, porque se encuentra en un sitio distante. Ahí no se escucha el ruido de los coches, lo único audible es el viento, el crujir de las ramas de los árboles y la caída de las hojas. Además el lugar tiene una historia grabada en el piso; mamá mandó a inscribirla antes de mi nacimiento. Ella acostumbraba leérmela en vez del cuento de hadas, luego  me llevaba a la cama. Cuando no lo hacía, me era imposible dormir, lloraba y gritaba hasta que me  llevaran ahí y me contaran el cuento del piso. Al kiosco lo siento como unos brazos pero no delicados y suaves como los de mamá o la abuela, sino fuertes, seguros, protectores. Es muy tarde, las cuatro de la madrugada y aún sin poder dormir. No está mal, tendré todo el día para descansar pues no iré a la universidad.  El domingo deberé levantarme temprano, ir con mamá y la abuela a misa de siete de la mañana. Los domingos son un ritual, nos levantamos a las cinco, desayunamos a las seis treinta, caminamos rumbo a la iglesia, la señorita Geni (una soltera de sesenta años) nos saluda con los buenos días mientras barre afanosamente la banqueta. En el trayecto encontramos al dueño de la panadería llamado don Gregorio, (un señor de setenta años con el cabello lleno de canas), él nos ofrece tomar una taza de chocolate cuando la misa termine. Mamá y yo sabemos que a don Gregorio le gusta la abuela, en varias ocasiones que hemos aceptado el chocolate, no para en adular su porte, elegancia, fineza y majestad belleza. Ella ríe con desparpajo y no le incomodan los comentarios, al contrario la halagan y eso es todo. Ama al abuelo, con frecuencia he oído que habla con su retrato como si estuviera presente: <<Es impensable considerar propuestas amorosas a tales alturas, cuando falta poco para alcanzarte>>. Respecto a mí, tengo un número cero en admiradores que salgan a verme, tampoco un amor a quien rendir cuentas de mis sentimientos. A cambio de esas emociones, me gusta imaginarme sola pero con mi vestido de novia, caminando en un suelo lleno de flores rumbo al altar; si es temporada de bugambilias, cuando sus pétalos cubren las calles, yo puedo concretar mi imaginación: cierro los ojos, camino lento, me agacho, recojo pétalos y los tiro sobre mi cabeza, mamá y la abuela ríen, empiezan a entonar a coro <<tan, tan tatatan, tan, tan, tatatan>>. Algunas veces me he sentido apenada pues justo cuando me siento soñada entre flores, con mi vestido blanco y el coro: el señor Elías sale de su casa y ve todo el teatro armado. Al percatarme de su presencia, me hago a la desentendida, miro por otro lado y camino con rapidez. La abuela ha dicho que el señor se contiene la risa por respeto, sobre todo a mamá. Así es, ella también rasga pensamientos. Don Elías esta loco por mamá, él busca las oportunidades para verla en la carnicería, en la panadería y cuando la saluda le sonríe con las mejillas rojas. En seguida la invita a comer, mi madre cortésmente se niega y se negará.  Este pobre señor es bastante horrible, la abuela acostumbra a decir: <<Ni imaginar como saldría mi nieto si te casas con él, suficientes errores tenemos con el mío; en haberme casado con tu padre>>. El comentario es una broma, aunque sea muy feo estoy segura que si mamá quisiera, valoraría que este señor moriría en hacerla feliz. Ella no está interesada en nada del amor de pareja. Actúa como si esa oportunidad estuviera extinta. Dice que su felicidad soy yo y esta completa. Cuando yo no esté a su lado... ¿se partirá en infelicidad? No me crean, bromeo, siempre estaremos unidas. En realidad la pregunta sirve para llegar a una conclusión: yo sí estoy incompleta. Es difícil explicar este sentimiento. El amor de mamá y la abuela siempre es total (aquí viene el pero), pero necesito de algo diferente; no, no me refiero al novio apasionado. Quiero tener alguna noticia de mi padre ausente. ¿Quién fue?, ¿cómo vivió? He llegado a creer que nací por el espíritu santo o mamá fue a un banco de semen para cumplir el sueño de la maternidad. El que haya sido mi papá, está presente aquí, en mí, en mamá y hasta en la abuela, como un secreto a voces. Sé de ese alguien que evitan nombrar cuando estoy presente. Las he visto discutir quedamente, incluso con señas. Si se dieran cuenta que mientras más innombrable, más sólido se vuelve aunque ya no les pregunte. En tantas ocasiones lo hice  de forma indirecta, les comentaba los nombres de los papás de mis amigas, luego callaba en espera que se llenara el silencio con el nombre del mío. Luego aprendí a vivir como si él fuera un sueño, real mientras dormía e ilusorio cuando despertaba. Varias noches soñé que por fin mamá me diría la verdad pero justo cuando abría la boca, la abuela me despertaba. Hasta en el mundo onírico ellas intervenían. Lo mejor fue pensar en él como actor de película, podía escoger al más guapo y cuando me aburría elegía a otro. Un tiempo fantaseé que mamá tuvo un amorío con Cary Grant, uno ardiente, del cual fui resultado. No hubo compromisos, fueron breves momentos, de ahí su vergüenza de contarme la verdad. Yo la hubiera entendido, el señor Grant era uno de los hombres más bellos. Él tenía una boca delgada y larga, el labio inferior grueso, lo cual lo hacía misterioso; los ojos entornados, cobijados por largas pestañas y sus manos grandes para agarrarte cuando cayeras desmayada al verlo. Cualquier desliz con el señor Grant hubiera estado justificado. ¿Quién habría podido resistir su seducción? Si yo hubiera tenido un hijo de él, estaría orgullosa y agradecida. De todos modos, este cuento me aburrió a los tres meses, junto con el señor Grant. Montgomery Wayne fue el segundo de la lista. Simplemente lo adoré. Él tenía un aire de fragilidad e inocencia; su cabellito rubio, ojos expresivos, boca delgada y dura, parecía un macho inocente. En esa ocasión supuse que el señor Montgomery había perseguido a Mamá varios meses, ella le tuvo miedo y lo rechazó. Él con su fuerza de macho no paró en acecharla como auténtico cazador hasta que encerró a la presa en la jaula. Ella se enamoró totalmente, Montgomery la engañó. Era casado y al saber del embarazo, la abandonó. El señor macho inocente se comportó como adolescente… qué triste por mamá. El final de esta historia me fastidió como la de Grant, esta vez la imaginación me pareció muy cruel.  Así que los siguientes años James Dean fue mi padre indiscutible.
James, el joven rebelde e inmaduro, el que fumaba el cigarrillo como desafío, con la cabeza ligeramente echada hacia arriba cómo preguntado << ¿Algún problema?>>, a la vez que echaba el humo a la cara en afán retador. Seguramente los dos eran unos jovencitos cuando se conocieron. Muy jóvenes para razonar y darse cuenta que las hormonas los aprisionaba entre los árboles de un parque solitario. Fue suficiente ese momento para ser concebida por una pareja inexperta en el uso del preservativo. El resultado, el mismo de muchas historias: una chica nerviosa que buscó apoyo en el amado. El otro, como perfecto inmaduro, se asustó y la despidió. Le dijo: << Soy muy egoísta y no perderé mi tiempo en cuidar y educar a un bebé. La vida es muy bella para atarse y sufrir con un pequeño vampiro que chupará toda la energía>>. La otra, se fue desconsolada, muerta en llanto, con la preocupación de cómo diablos iba a mantener, cuidar y educar una criatura, sin trabajo y sin estudios suficientes para ganar un salario decoroso. Desde ahí el amor de un hombre ya no existió para ella, a cambio, el amor materno la inundó por entero. Fin. Al analizar esta situación, justifico a Dean, su comportamiento es normal; las mujeres maduran pronto, los hombres se tardan demasiado. Mamá estaba más preparada para educarme. Gracias a Dios que no ayudó el otro, su contribución hubiera empeorado las circunstancias. Estúpida explicación ¿no?, pero la imaginación y el sueño es lo único que he tenido como padre y todavía me satisfacen.
     Debo decir que el día de la fiesta, después de cuatro horas interminables de baile, comida, besos, abrazos, sonrisas, despedidas << Gracias por venir >>, me escabullí del ruido de la música y  me fui al solitario kiosco. Ahí fue donde lo vi, al hombre de traje gris. No apareció de repente, su llegada fue poco a poco. Llegué corriendo al kiosco con todo y mi vaporoso vestido de tules rosados, una vez ahí, agradecí estar sola, poder respirar paz y en silencio. El aire de esa noche era igual al de ahora, suave, aromático, traía consigo el olor a madera de los árboles. Me fue inevitable aspirar profundamente para que ese perfume se quedara en mí. Luego, al expirar, me sentí alegre y revitalizada, la fiesta me había quitado demasiada energía con su ruido insoportable. Después me senté y comencé a leer la historia grabada en el piso. Al leer la última línea, el aire invadió el lugar con un aroma a durazno. Miré a todos lados, no vi nada que pudiera originar ese olor. Después observé una pequeña y redonda niebla frente a mí, la cual se agrandaba y adelgazaba cuando el aire la golpeaba y esculpía como si fuera arcilla, para dar forma a un hombre de traje gris y corbata azul. 


Era muy alto, de cabello ondulado y del color precisamente del durazno. Su piel era bronceada, sus cejas: castañas y abundantes, tenía unos dulces y delicados ojos marrones que me observaban con ternura. Nos miramos demasiado hasta que se acercó, se inclinó ante mí, tomó mi mano y la besó. Después comenzamos a bailar un vals; los acordes musicales estaban en nosotros. Tarareábamos el mismo ritmo, el hombre me conducía entre pasos lentos por la circunferencia del kiosco. Me sentía tranquila y apoyé mi cabeza en su pecho mientras respiraba su olor a durazno que se me impregnaba. No sé cuánto tiempo estuvimos bailando, recuerdo que le pregunté su nombre, quién había sido, le dije que deseaba saberlo todo. El hombre rió con fuerza y continuó deslizándome entre pasos delicados, no sin antes dirigir su mirada al piso y guiñarme el ojo. Entendí que mis preguntas las respondería por mi cuenta, nadie vendría a soplármelas al oído. Suspiré resignada, lo abracé y cerré los ojos. Al abrirlos el hombre se había esfumado; bailaba abrazada al aire.  Mamá  me descubrió en esa postura, no preguntó nada, me jaló y dijo que no debía irme y dejar plantados a los invitados. Al término de la fiesta le conté lo sucedido con el hombre del traje gris.  Se quedó impávida, ni siquiera un fantasma la asustó para revelarme algo sobre mi procreación. Definitivamente el aparecido es mi padre, no sé su nombre ni su historia con mamá. No obstante ya tengo algo de información, no fue un James Dean pues en algo le interesé; considero una proeza haber cruzado el más allá para venir a visitarme. Me aliento con el  día  en que sabré la otra porción de verdad. Escucho pasos por la escalera, es mamá, ya entró a la casa y se va a dormir. Es mi turno. De tantas veces que he mencionado al kiosco, me han dado ganas de ir. Iré descalza, quiero sentir la hierba húmeda bajo mis pies. Ni pensar a que hora me levantaré hoy; ya son las cinco de la madrugada. Mi amado lugar, no podría compararlo con ninguno. Puedo revivir el vals con el hombre del traje gris con solo cerrar los ojos y bailar, bailar como si navegara en el mar, como si flotara entre nubes o el viento me acunara, volverme una hoja que vuela por el cielo, uno, dos, tres y vuelta; uno, dos, tres, cuatro y vuelta, uno, dos y tres, uno, dos y media vuelta, uno, dos, tres, vuelta entera, uno, dos, tres, cuatro, cinco y un ladrillo esta fuera de su lugar. Uno, dos, tres y veo un hoyo bajo el ladrillo removido. Uno, dos, hay unas cartas ahí. El baile se concluye. Lo siento, romperé la privacidad de alguien, es irresistible la tentación de abrir esas misivas. Son cuatro. La primera es un poema amoroso dirigido a mamá. La segunda carta la escribe ella a su novio, le relata los pormenores de la próxima boda en el verano.  La tercera es la respuesta del hombre, le dice estar impaciente y emocionado por la llegada del matrimonio. La cuarta misiva es de la Fuerza Aérea del país, informa sobre el accidente del muchacho y su penosa muerte. Todo esto ya lo sabía, la historia grabada en el kiosco es el resumen de las cartas. De modo que las he leído desde pequeña. Un piloto aviador enamorado de una bella chica que le corresponde. El hombre estaría lejos por unos meses; regresaría en el verano. Esa época del año se alargó indefinidamente porque el piloto abandonó este mundo en forma de luz, no sin antes prometer volver de alguna manera. La novia lo esperaría sin llorar y nombrarlo, de lo contrario él no volvería. El lugar donde ahora estaba era intolerable la tristeza, si alguien del otro mundo la transmitía, el afectado quedaría encarcelado en dicha tristeza. <<La novia aún lo espera, un día regresará>>. Mamá solía terminar la lectura del cuento con esas frases.  Ella viene aquí para nombrar a papá y desquitarse de las veces que no lo hace frente a mí. Aquí grita su nombre en silencio, tal vez espera alguna respuesta. Ya la tuvo, su tristeza no encarceló a papá, la voz de su melancolía lo condujo aquí y pudo llegar a bailar conmigo. Se ha prendido la luz de la sala. Es la abuela, me ha visto desde la ventana. Con estas cartas ellas deberán contármelo todo sin excusas. Me dirijo a la sala, la abuela seguramente me espera.
-Muy bien abuelita, a las dos les seguí el juego varios años. Es suficiente. Aquí hay cuatro cartas, estaban bajo un ladrillo del kiosco. Todas sabemos cuál es el contenido.
- ¿Qué deseas saber?
-La verdad.
 -Cuando tu mamá tenía catorce años, íbamos de vacaciones a un pueblo cerca de la playa. Ahí conoció a tu papá, era el hijo del vigía del faro. Fueron novios hasta el final. Ellos se veían todos los veranos ¡cómo disfrutaba ese par junto al faro! me regocijaba verlos enamorados. Crecieron, estudiaron y continuaron la relación. Tardaron en comprometerse pues papá quería darle lo mejor a mamá. Esperaron hasta que se recibió de piloto aviador. Él inició su ciclo de vuelos, luego programaron la boda para el siguiente verano. Como sabrás, nunca se realizó, tuvo un accidente, algo falló en el avión y se nos fue. Nunca encontraron el cuerpo. Tu pobre madre sufrió  tanto y yo con ella, también lo quise mucho. Sin embargo la muerte trajo vida, felicidad, ella se dio cuenta que estaba embarazada, dieron frutos los atardeceres de sus veranos junto al faro. Pensamos que eres el renacer de él, no está muerto.  Tu papá vive contigo, no hay historia, este cuento es  algo simple, no hay nada, lo milagroso es ver la imagen de ese hombre en ti. Creímos más conveniente callarnos y un día te dieras cuenta, por eso de niña se te leía la historia.
     En este momento el sueño de mamá no es profundo, algo la despertó y baja las escaleras. Le muestro las cartas sin ninguna emoción. Ella permanece estática, quiere abrazarme pero no sabe cuál es mi ánimo: enojo, furia o comprensión; la abuela prefiere irse a la cocina. Yo me siento en el sillón. El silencio ha petrificado a mamá. No lo puedo negar, disfruto de su reacción. Mucho tiempo estuve en ese estado, con el corazón esperanzado en saber, que detrás del silencio imperturbable, pudiera resplandecer la verdad por su boca. Ahora sufre lo mismo. Me río, sé que así la dejaré contrariada. Al observar su rostro de asombro, río aún más. Es agradable la calma de las palabras con la risa. Ella no quiso ser cruel y ahora yo lo soy con toda la intención, aunque no por demasiados minutos. Le digo sí con la cabeza, como señal de comprensión. Me levanto, la abrazo y llora, mientras me ofrece incontables disculpas.   
-Sin llorar mamá, estoy contenta pues siempre ha estado aquí.- Le digo, y veo a la abuela espiar por la ventana de la cocina, luego salir rebosante de alegría. Se detiene enfrente de mí, contempla las paredes y dice:
-Se ha derramado.- Así es, mi padre se ha escanciado libremente entre nosotras, sin una gota de sombra, con toda la claridad de una luz perpetua.